Una mente en silencio es una mente feliz

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¿Te ha pasado que empiezas a leer un libro, y luego de un par de páginas, te percatas de que no has comprendido nada?

En un experimento científico, se observó a un grupo de voluntarios mientas leían un libro. Los investigadores notaron que luego de unos minutos, los ojos de los lectores se movían de un lugar a otro, lo que era un indicativo de que la lectura ya no era consciente.

Y es que, la mente en algún punto de la lectura se va hacia otro lugar y se rompe la conexión entre el contacto visual con el texto y la comprensión.

La mente errante o mente divagante, también llamada de forma más común como “piloto automático”, es la experiencia de tener pensamientos diversos que no están relacionados con la tarea que estamos realizando.

Es una desvinculación del momento presente, a veces voluntaria, pero generalmente inconsciente; y consiste en un intenso diálogo interior, que en un 70% es acerca de nosotros mismos. En ese diálogo soy yo el que narra lo que sucede y también soy el protagonista de una especie de película.

En ocasiones, la mente pasea entre pensamientos agradables, imaginarios y hasta creativos, pero con mayor frecuencia parece sentirse atraída por la reflexión y la preocupación.

Tiende a centrarse en las innumerables cosas que tenemos que hacer el día de hoy o en la frase “mala onda” que le dirigimos a una persona, o en las frases que no habría gustado haber dicho, pero que no se nos ocurrió en el momento preciso. 

Lo que más nos distrae no es el ruido que hacen los demás, sino el ruido que hace nuestra mente. Para concentrarse en una tarea hay que callar las voces que hay en el interior.

El piloto automático

El piloto automático se activa cuando lo que estamos haciendo no requiere de toda nuestra atención o estamos distraídos, dispersos o soñamos despiertos. Por ejemplo, conducir por un camino conocido es una actividad casi automática, que requiere un uso mínimo del área cerebral. Por esa razón, cuando conducimos podemos pensar en otras cosas y en ocasiones, llegamos a olvidar incluso cómo llegamos a nuestro destino, porque teníamos la mente en otro lugar.

Sin embargo, no sería conveniente que el cirujano que nos hace una operación de corazón abierto esté pensando en el color de camioneta que se comprará, en sus futuras vacaciones o en la última discusión que tuvo con su esposa. Todo al mismo tiempo.

Cuando la mente vaga, nuestros sentidos callan. No escuchamos cuando nos hablan, no recordamos lo que leemos y dejamos de sentir los sabores y hasta los olores. Y de forma contraria, cuando nos concentramos en el aquí y ahora, la mente deja de vagar y los sentidos se perciben.

Hace miles de años en algunas culturas, especialmente en la India, ya se conocía la naturaleza divagante de la mente, y como comenté en el capítulo anterior, le llamaron “la mente de mono”. Al igual que un mono, la mente se mantiene súper activa, de pensamiento en pensamiento como si estuviera pasando de una rama a otra y en algunas ocasiones se activa tanto, que actúa como si se soltara a una serpiente en una jaula llena de monos.

La escritora española Santa Teresa de Jesús escribió, a mediados de 1500, sobre el parloteo o diálogo interior y lo llamó “la loca de la casa”, porque no se calla nunca y consume nuestra energía inútilmente.

William James, uno de los más grandes psicólogos de la historia y nombrado padre de la psicología de Estados Unidos, lo llamó “el flujo de la consciencia”, algo parecido, al correr de un rio.

En la actualidad, a esa intensa actividad de la mente, se le denomina “la red neuronal por defecto, o piloto automático”. Como lo mencioné en el capítulo anterior, es esa actividad que tiene nuestro cerebro cuando soñamos despiertos, estamos en un estado de ensoñación, o simplemente, cuando la mente divaga.

Este hallazgo fue realizado por Marcus Reigol en 1990, mientras realizaba una serie de experimentos de resonancia magnética con distintas personas, a quienes se les pedía que no hicieran algo en absoluto. El científico observó que el cerebro, aún en ese estado, hacía muchas cosas y que además tenía mucha actividad espontánea.

Esto quiere decir que, de forma involuntaria, nuestro cerebro genera pensamientos y emociones que no controlamos y lo hace por un corto lapso: piensa en algo, luego en otra cosa, luego en un recuerdo, luego en texto, etc. Todo ello, parecido a deslizar el dedo sobre una pantalla, cuando vemos videos, fotografías o todo tipo de contenido.

Curiosamente, si revisamos el contenido de nuestros pensamientos, de las palabras en nuestra mente, nos percatamos que gran parte de ese contenido es inútil, no tiene relevancia, no está relacionado con algo que nos preocupa. Solo es una especie de ruido de fondo.

La neurociencia dice que cuando ponemos atención a esos pensamientos, nos podemos dar cuenta, que los pensamientos no necesariamente tienen un sentido lógico, y tratar de explicar todo lo que pensamos, puede ser complicado.

Por lo tanto, conviene reconocer y aceptar lo random que pueden ser nuestros pensamientos. Un trabajo de investigación que apareció publicado en la revista Science, una de las más prestigiosas, llevaba como título: “A wandering mind is an unhappy mind”, es decir “Una mente divagante, es una mente infeliz”

Los investigadores de la Universidad de Harvard, Matthew Killinsworth y Daniel Gilbert observaron que cuando se escanea el cerebro, las zonas del leguaje y la imaginación se ven muy activas. Pero también se percataron que nuestro nivel de insatisfacción e infelicidad es mayor mientras más permanecemos en esa “red por defecto”. Y que cuando nos concentramos más en el momento presente, sucede lo contrario, sin importar el tema sobre el que se esté pensando.

Conclusión

La conclusión general de ese trabajo es que la mente humana, es una mente que divaga y que una mente que divaga es una mente infeliz.

La habilidad de pensar acerca de lo que no está ocurriendo es un logro del cerebro y definitivamente ello ayudó a que el ser humano pudiera sobrevivir a lo largo de la evolución. Además, juega un papel importante en el desarrollo neuronal, porque nos ayuda a construir el yo.

Para un 75 u 80% del tiempo, en piloto automático, en la actualidad tiene un enorme costo emocional. Pocas veces estamos en el presente, ya que en nuestra mente hay mucho diálogo interior y como lo mencioné anteriormente, la mayor parte del tiempo estamos hablando de nosotros mismos.

Por lo tanto, estar en piloto automático es lo contrario a mindfulness o atención plena. Pero ¿Cómo podemos callar a la loca de la casa? ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos hacer para que nuestro cerebro esté en silencio?

Entonces, podemos entender que, un cerebro que pasa más tiempo en silencio está asociado con un mayor sentido de bienestar y de paz interior. Los ejercicios de consciencia de uno mismo pueden ayudar a bajar esa red por defecto, ya que la neurociencia nos enseña que al fortalecer la atención y al activar nuestra corteza prefrontal (El búho sabio) aumentamos nuestra regulación emocional y disminuimos la actividad de la amígdala (el perro guardián).

Mindfulnes nos ayuda a aprender y fortalecer la atención y esto ayuda a regular las emociones y así, se podrá regular el yo, el tema favorito de la mente divagante.

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